miércoles, 8 de enero de 2014

Unas vacaciones tranquilas

Caracas- Maiquetía, 3am. La avenida Sucre estaba totalmente desolada y tranquila, no parecía la misma calle que horas más tarde se convertirá en sinónimo de caos y bullicio.

La autopista Caracas – La Guaira  3.20 am sin tráfico, claro, era de esperarse, a esa hora nadie se arriesgaría a estar en las calles del país buscando que lo alcance el peligro, solo lo hacemos aquellas personas que queremos escaparnos de la capital por un tiempo.

Llegamos al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, pero por un descuido del taxista terminamos en la entrada del internacional, qué más quisiera yo haber podido encontrar un pasaje que me llevara a un país donde se pueda estar tranquilo, pero solo el hecho de pensar en tramitar los papeles en Cadivi me da escalofrío. Por eso elegimos como destino la Isla de Margarita, aquí en Venezuela.
Cortesía skyscrapercity.com

Ya estamos en el aeropuerto nacional. Comenzamos a buscar la taquilla de la aerolínea para hacer la cola correspondiente, sí a esa hora también  se  hacen colas, encontramos nuestro puesto, ya éramos los terceros. Pasó el tiempo, y los únicos que hacíamos presencia  éramos el centenar de viajeros, unos con sueño todavía y otros que ya estaban molestos por la tardanza, solo queríamos ser atendidos, pero no habían llegado los operadores. Al fin llegaron, pero  todos con cara de recién haberse despertado.

Pasamos a chequearnos, todo marchó sin ningún problema. Entramos al embarque a esperar en la puerta número 10. 7am y nada que anunciaban el abordaje del avión. Quiero averiguar pero nadie me daba información. Comenzó el estrés. En la pantalla donde se reflejan los vuelos me di  cuenta que es porque había un retraso de una hora. Me resigne, no podía hacer nada.

Mientras tanto desayunamos, y aprovechamos de echarle un vistazo a las tiendas que en su mayoría son perfumerías, tiendas de traje de baños y  de golosinas. 

Son las 8am y por la puerta número 10 llamaron a  otro vuelo. Algo no estaba bien. Voy a la pantalla y es donde me enteré que cambiaron el número de la puerta para la número 5 y peor aún, ya estaban llamando a abordar. Correr hasta allá fue como una maratón, puesto que había demasiada gente, también desconcertadas, seguramente esa tampoco era su puerta. En fin. Llegamos, hicimos la cola para que revisaran los boletos.

Abordamos el avión, este era grande tenía 5 asientos por filas, 3 a la derecha y 2 a la izquierda, nos tocaron en los puesto 19D, 19E, 19F, nos abrochamos el cinturón, rezamos, cuando estamos a punto de despegar la aeromoza nos entregó unas instrucciones, en ellas decía que teníamos que ser capaz de halar la palanca en caso de emergencia, y es cuando  para mi sorpresa estábamos  sentados al lado de la puerta de escape. Trague grueso. Eche un vistazo al avión estaba lleno y no había asientos disponibles para cambiarnos. Ni modo, teníamos que viajar en estos puestos.

Comenzó a rodar el avión en la pista de aterrizaje, buscando la salida para el volar. Mientras tanto, el capitán y el copiloto dieron la bienvenida por el altoparlante. Despegamos.  Veía  desde el cielo a Catia la mar  en toda su plenitud, sus casas, unas de techos rojos y otras de zinc, sus playas verde esmeralda y la inmensidad del mar.

Estábamos a dos mil pies de alturas, ya no se veía nada allá abajo, solo la inmensidad del mar. Las aeromozas comenzaron a repartir bebidas. Yo agarré de nuevo el instructivo, no entendía nada, así que opté por ver los dibujos, respire y cerré los ojos.  De repente, hubo una turbulencia brusca, sentí lo jugos gástricos en la garganta, todo se movía, la tripulación se sentó y se apresuraron en colocarse los cinturones de seguridad, en la cabina donde iba el capitán abrieron las puertas, pero nadie sabía que pasaba. De pronto el avión se convirtió una iglesia todos los pasajeros rezábamos. Yo sudaba frio, puesto que yo era quien tendría que accionar la salida de emergencia si la tripulación me lo pide, estaba de verdad asustada.

En ese mismo instante me arrepentía por haber elegido pasar las navidades lejos de casa, le pedía al Espíritu de la Navidad- que por cierto era su día- que nos llevara con bien. Nadie nos daba información de lo que pasaba. Una pasajera en especial comenzó a llorar y gritar, mis nervios estaban en una montaña rusa. Todo de repente vuelve a nivelarse y tanto la tripulación como los viajeros volvimos a respirar. Los pilotos pidieron disculpas por el forcejeo y nos desearon unas felices navidades.


Aterrizamos en el aeropuerto Santiago Mariño, en Porlamar, nos desabrochamos los cinturones, agarramos los equipajes de manos, todos queríamos bajarnos del avión casi a carrera. Al salir, vi aquel lugar donde predomina el sol, la playa y la arena, se me olvidó aquel mal momento que acabamos de vivir en unos dos mil pies de altura,  y recordé que venía a pasar unas vacaciones tranquilas. Carpe diem.

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