Caracas-
Maiquetía, 3am. La avenida Sucre estaba totalmente desolada y tranquila, no
parecía la misma calle que horas más tarde se convertirá en sinónimo de caos y
bullicio.
La autopista
Caracas – La Guaira 3.20 am sin tráfico,
claro, era de esperarse, a esa hora nadie se arriesgaría a estar en las calles
del país buscando que lo alcance el peligro, solo lo hacemos aquellas personas
que queremos escaparnos de la capital por un tiempo.
Llegamos
al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, pero por un descuido del taxista
terminamos en la entrada del internacional, qué más quisiera yo haber podido
encontrar un pasaje que me llevara a un país donde se pueda estar tranquilo,
pero solo el hecho de pensar en tramitar los papeles en Cadivi me da
escalofrío. Por eso elegimos como destino la Isla de Margarita, aquí en
Venezuela.
Cortesía skyscrapercity.com |
Ya
estamos en el aeropuerto nacional. Comenzamos a buscar la taquilla de la
aerolínea para hacer la cola correspondiente, sí a esa hora también se hacen
colas, encontramos nuestro puesto, ya éramos los terceros. Pasó el tiempo, y los
únicos que hacíamos presencia éramos el
centenar de viajeros, unos con sueño todavía y otros que ya estaban molestos
por la tardanza, solo queríamos ser atendidos, pero no habían llegado los
operadores. Al fin llegaron, pero todos
con cara de recién haberse despertado.
Pasamos
a chequearnos, todo marchó sin ningún problema. Entramos al embarque a esperar
en la puerta número 10. 7am y nada que anunciaban el abordaje del avión. Quiero
averiguar pero nadie me daba información. Comenzó el estrés. En la pantalla donde
se reflejan los vuelos me di cuenta que
es porque había un retraso de una hora. Me resigne, no podía hacer nada.
Mientras
tanto desayunamos, y aprovechamos de echarle un vistazo a las tiendas que en su
mayoría son perfumerías, tiendas de traje de baños y de golosinas.
Son
las 8am y por la puerta número 10 llamaron a otro vuelo. Algo no estaba bien. Voy a la
pantalla y es donde me enteré que cambiaron el número de la puerta para la
número 5 y peor aún, ya estaban llamando a abordar. Correr hasta allá fue como
una maratón, puesto que había demasiada gente, también desconcertadas,
seguramente esa tampoco era su puerta. En fin. Llegamos, hicimos la cola para
que revisaran los boletos.
Abordamos
el avión, este era grande tenía 5 asientos por filas, 3 a la derecha y 2 a la
izquierda, nos tocaron en los puesto 19D, 19E, 19F, nos abrochamos el cinturón,
rezamos, cuando estamos a punto de despegar la aeromoza nos entregó unas
instrucciones, en ellas decía que teníamos que ser capaz de halar la palanca en
caso de emergencia, y es cuando para mi
sorpresa estábamos sentados al lado de
la puerta de escape. Trague grueso. Eche un vistazo al avión estaba lleno y no
había asientos disponibles para cambiarnos. Ni modo, teníamos que viajar en
estos puestos.
Comenzó
a rodar el avión en la pista de aterrizaje, buscando la salida para el volar.
Mientras tanto, el capitán y el copiloto dieron la bienvenida por el
altoparlante. Despegamos. Veía desde el cielo a
Catia la mar en toda su plenitud, sus
casas, unas de techos rojos y otras de zinc, sus playas verde esmeralda y la
inmensidad del mar.
Estábamos
a dos mil pies de alturas, ya no se veía nada allá abajo, solo la inmensidad
del mar. Las aeromozas comenzaron a repartir bebidas. Yo agarré de nuevo el
instructivo, no entendía nada, así que opté por ver los dibujos, respire y
cerré los ojos. De repente, hubo una
turbulencia brusca, sentí lo jugos gástricos en la garganta, todo se movía, la
tripulación se sentó y se apresuraron en colocarse los cinturones de seguridad,
en la cabina donde iba el capitán abrieron las puertas, pero nadie sabía que
pasaba. De pronto el avión se convirtió una iglesia todos los pasajeros rezábamos.
Yo sudaba frio, puesto que yo era quien tendría que accionar la salida de
emergencia si la tripulación me lo pide, estaba de verdad asustada.
En
ese mismo instante me arrepentía por haber elegido pasar las navidades lejos de
casa, le pedía al Espíritu de la Navidad- que por cierto era su día- que nos
llevara con bien. Nadie nos daba información de lo que pasaba. Una pasajera en
especial comenzó a llorar y gritar, mis nervios estaban en una montaña rusa. Todo
de repente vuelve a nivelarse y tanto la tripulación como los viajeros volvimos
a respirar. Los pilotos pidieron disculpas por el forcejeo y nos desearon unas
felices navidades.
Aterrizamos
en el aeropuerto Santiago Mariño, en Porlamar, nos desabrochamos los
cinturones, agarramos los equipajes de manos, todos queríamos bajarnos del
avión casi a carrera. Al salir, vi aquel lugar donde predomina el sol, la playa
y la arena, se me olvidó aquel mal momento que acabamos de vivir en unos dos
mil pies de altura, y recordé que venía
a pasar unas vacaciones tranquilas. Carpe
diem.
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